Cuento editado en la edición Nº 26 de la revista Vórtice, Antofagasta 2005
EL SOL ME TAPA
Ahora sé que fue mejor que ellos murieran. Siempre lo supe. Tal vez sea bueno que yo también muera para dejar de sentir eso tan terrible que me cala el pecho y que no me deja comer ni dormir. Les juro por lo que más quieran que no podía hacer otra cosa. Que era imposible.
Fue ese día de septiembre cuando llegó el niño y entró con María de la mano. Mamá, te presento a mi polola, dijo. Yo miré flojamente hacia la entrada. Estaba tejiendo como casi todas las tardes. Un haz de luz de los últimos que deja escapar el sol me daba justamente en medio de los ojos. En un comienzo no la vi, el claroscuro recortó la figura de una niña joven, delgada, como son las chiquillas de hoy en día; con el pelo largo y un poco descuidado. Hola tía, me dijo con una voz casi desconocida. Yo le pedí que se acercara. Mire que el sol me tapa, dije frunciendo un poco los ojos. Ella avanzó de la mano de Edwin y cegó el sol con su cabeza. En ese momento la vi, creo que venía sonriendo, tal vez un poco nerviosa. No sé que cara puse que mi hijo apretó fuertemente la mano de María, pero ella dio el paso y besó mi mejilla. Al principio dudé que fuera hija del Pedro y le pregunté: ¿Dónde vive usted, mijita? Ella me indicó el lugar un tanto retirado, cerca de los bajos, al otro lado del río y fue ahí que todo se vino abajo. Como un relámpago la cara de su padre se me vino encima, sus bordes gruesos y el pelo negro igual que el de la niña. Me puse de pie temblando y sentí un frío que corrió como hielo seco por mi espalda y sin saberlo me desmayé. Cuando reaccioné la niña ya no estaba en la casa y Edwin terminó de contarme la historia. Llevaban casi seis meses y, según me dijo, estaban bastante enamorados. Mantuve silencio un buen rato, ordenando las ideas, finalmente le supliqué: Debes terminar eso de inmediato. Después se lo ordené y le pedí en todos los tonos. El insistió en que le explicara por qué, yo le dije llorando que tenía que hacerme caso. Que no había vuelta. En la casa de ella su padre se opuso con mayor fuerza, aduciendo mentiras, que nuestra familia no estaba a la altura de ellos, que Edwin era de medio pelo y que siempre sería un pobre empleado público.
Cómo explicarles que no podían seguir, cómo explicarles que Pedro después de todo también tenía razón. Sé que el pasado no sirve para nada, pero cómo hacerlo. Nunca imaginé que mi Erwin se fijara en la María. Además viven bastante lejos y ella estudiaba en un liceo allá en Temuco. Cómo podrían conocerse, habiendo tanta mujer hermosa dando vueltas. Será que Dios quiere seguir castigándome, quiere seguir dándome duro. Sé que pedro no tubo la culpa, yo casi sin querer me fui fijando en sus rudos gestos de hombre, en sus manos de hacendado, en su sombrero de paño fino y en esa forma de reírse. Más de alguna vez lo vi salir de la cantina tambaleándose con algunas copas en el cuerpo. Yo lo miraba. Sé que ésta será la última vez que llore, porque quiero que sepan todo de una buena vez. Las cosas son como tienen que ser y, si tengo que sufrir como he sufrido, quiero que todo el pueblo se entere. Esto no tiene nada que ver con los niños, ellos fueron las victimas. Los seres que tuvieron que pagar nuestros errores. Ahora no hay vuelta atrás. Primero se va la niñez, después la juventud y, cuando uno cree que todo está bien, las cosas se vuelven a confundir, y entonces me fijé en el Pedro y él se fijó en mí. Un día esperé que pasara y lo saludé. El se bajó del caballo y no supe nada más. Caí, caí en sus brazos de hombre casi sin darme cuenta. Sabía que era imposible, pero si él no hablaba, yo sería una tumba. Además existía la posibilidad de que algún día dejara a su mujer. Me hizo feliz esa noche, la mujer más feliz del mundo, como ahora la más infeliz. Nadie más lo supo. Mi padre me dio una gran paliza cuando le conté que estaba embarazada, pero no me echó de la casa. Yo nunca le dije de quién era el niño. Me quedé con mi hijo a pesar de las penurias. Algunas veces Pedro me ayudó con unos pesos, con eso yo era feliz, hasta que vi entrar a Erwin con esa niña, con María. Díganme ustedes, como les explicas. Por eso ahora sé que fue mejor.
EL SOL ME TAPA
Ahora sé que fue mejor que ellos murieran. Siempre lo supe. Tal vez sea bueno que yo también muera para dejar de sentir eso tan terrible que me cala el pecho y que no me deja comer ni dormir. Les juro por lo que más quieran que no podía hacer otra cosa. Que era imposible.
Fue ese día de septiembre cuando llegó el niño y entró con María de la mano. Mamá, te presento a mi polola, dijo. Yo miré flojamente hacia la entrada. Estaba tejiendo como casi todas las tardes. Un haz de luz de los últimos que deja escapar el sol me daba justamente en medio de los ojos. En un comienzo no la vi, el claroscuro recortó la figura de una niña joven, delgada, como son las chiquillas de hoy en día; con el pelo largo y un poco descuidado. Hola tía, me dijo con una voz casi desconocida. Yo le pedí que se acercara. Mire que el sol me tapa, dije frunciendo un poco los ojos. Ella avanzó de la mano de Edwin y cegó el sol con su cabeza. En ese momento la vi, creo que venía sonriendo, tal vez un poco nerviosa. No sé que cara puse que mi hijo apretó fuertemente la mano de María, pero ella dio el paso y besó mi mejilla. Al principio dudé que fuera hija del Pedro y le pregunté: ¿Dónde vive usted, mijita? Ella me indicó el lugar un tanto retirado, cerca de los bajos, al otro lado del río y fue ahí que todo se vino abajo. Como un relámpago la cara de su padre se me vino encima, sus bordes gruesos y el pelo negro igual que el de la niña. Me puse de pie temblando y sentí un frío que corrió como hielo seco por mi espalda y sin saberlo me desmayé. Cuando reaccioné la niña ya no estaba en la casa y Edwin terminó de contarme la historia. Llevaban casi seis meses y, según me dijo, estaban bastante enamorados. Mantuve silencio un buen rato, ordenando las ideas, finalmente le supliqué: Debes terminar eso de inmediato. Después se lo ordené y le pedí en todos los tonos. El insistió en que le explicara por qué, yo le dije llorando que tenía que hacerme caso. Que no había vuelta. En la casa de ella su padre se opuso con mayor fuerza, aduciendo mentiras, que nuestra familia no estaba a la altura de ellos, que Edwin era de medio pelo y que siempre sería un pobre empleado público.
Cómo explicarles que no podían seguir, cómo explicarles que Pedro después de todo también tenía razón. Sé que el pasado no sirve para nada, pero cómo hacerlo. Nunca imaginé que mi Erwin se fijara en la María. Además viven bastante lejos y ella estudiaba en un liceo allá en Temuco. Cómo podrían conocerse, habiendo tanta mujer hermosa dando vueltas. Será que Dios quiere seguir castigándome, quiere seguir dándome duro. Sé que pedro no tubo la culpa, yo casi sin querer me fui fijando en sus rudos gestos de hombre, en sus manos de hacendado, en su sombrero de paño fino y en esa forma de reírse. Más de alguna vez lo vi salir de la cantina tambaleándose con algunas copas en el cuerpo. Yo lo miraba. Sé que ésta será la última vez que llore, porque quiero que sepan todo de una buena vez. Las cosas son como tienen que ser y, si tengo que sufrir como he sufrido, quiero que todo el pueblo se entere. Esto no tiene nada que ver con los niños, ellos fueron las victimas. Los seres que tuvieron que pagar nuestros errores. Ahora no hay vuelta atrás. Primero se va la niñez, después la juventud y, cuando uno cree que todo está bien, las cosas se vuelven a confundir, y entonces me fijé en el Pedro y él se fijó en mí. Un día esperé que pasara y lo saludé. El se bajó del caballo y no supe nada más. Caí, caí en sus brazos de hombre casi sin darme cuenta. Sabía que era imposible, pero si él no hablaba, yo sería una tumba. Además existía la posibilidad de que algún día dejara a su mujer. Me hizo feliz esa noche, la mujer más feliz del mundo, como ahora la más infeliz. Nadie más lo supo. Mi padre me dio una gran paliza cuando le conté que estaba embarazada, pero no me echó de la casa. Yo nunca le dije de quién era el niño. Me quedé con mi hijo a pesar de las penurias. Algunas veces Pedro me ayudó con unos pesos, con eso yo era feliz, hasta que vi entrar a Erwin con esa niña, con María. Díganme ustedes, como les explicas. Por eso ahora sé que fue mejor.